viernes, 29 de julio de 2011

Desde las entrañas, ternura

Me veo obligada a establecer un pequeño apunte sobre cómo descifrar las empanadas mentales que he ido vomitando y que vomitaré a lo largo de estos días (ejem, mañana también salimos).

Y es que he detectado ciertas lecturas literales de mis primeras entradas, en amigxs, compañerxs y comentaristas varios de este lugar... por si no hubiera quedado suficientemente claro que este espacio es una oda a la locura febril de la juventud y a la melancolía esquizoide que nos pone ciclotímicas perdidas, en una genial espiral de llantos y risas y bailes y bajones, todo a la vez, todo rápido, uno detrás de otro, cuando nuestras neuronas y hormonas se disfrazan de Hermanos Marx y nos ponen el cerebro y el sexo humeante y gritan: ¡MÁS MADERA!

Sí, queridxs, aunque mi voz aquí sea a veces amarga y desgarrada siempre he sido de las que ríen cuando duele y lloran cuando la felicidad aprieta. Pero nunca ahoga, por suerte. Tómense estos gintonics que les sirvo en forma de entradas (más constantes a partir de ahora y más digeribles, palabra) como lo que son: bocados de realidad transformados en glucosa ficticia para que se les suban los colores o el azúcar.

He estado luchando contra mi naturaleza tierna y dulzona toda la vida porque me hicieron creer que había algo de malo en ella. Y no, para nada, pero sólo ahora lo comprendo, cuando me doy permiso suficiente para ser descarnada y rabiosa por momentos y sacarme la ternura a puñetazos para entregársela a quien se atreva a ganarme el combate.

Lxs que sabemos hemos aprendido a gestionar el dolor, a fin de cuentas, solemos ser más felices.

Aquí lo explica una sueca que hace lo mismo que yo los sábados por la noche:




Y a disfrutar, coño ya.

domingo, 17 de julio de 2011

Sobre galletas, filosofía barata para nosotras las pobres y dónde habré puesto el ibuprofeno

El día que mi queridísima hermana me llama por la mañana (bueno, a las 12 del mediodia) para preguntarme una cosa totalmente intranscendente, es el día en que yo tengo que tener una resaca descomunal habiéndome acostado a las 9 de la mañana. Desvelada, con la cabeza como un bombo, sudando como un pollo e incapaz de encontrar la postura en ese sofá que llamo cama desde hace un mes, no me ha quedado otra que agarrarme a una jarra de café y ponerme a escribir. 

Así, de pedo. 

Oh, escribir en bragas, liarse un cigarrillo, comerse los Special K directamente de la caja... qué estampa de malditismo. 

Qué alta cotas de miseria alcanzadas.


Me siento como muy Courtney Love:



Dos ideas: una, si me pusiera rubia me convertiría en su hermana intelectual. Y dos: debería sacarme fotos en tetas y subirlas a twitter. Me sé de algunas que harían cualquier cosa para que les suban los followers, una tiene que estar dispuesta a vivir por su público, como Justin Bieber o Francisco Camps. Mierda, perdón, divago.


Si yo de lo que quería hablar en realidad no era de tetas, por una vez. De lo que quería hablar en este alcohólico/bucólico domingo por la mañana era del dolor. 

Últimamente, por una serie de sucesos pseudo-místicos, voy alerta por la vida, buscando "señales" que me puedan indicar mi camino, o lo que está por acontecer. Todo comenzó porque me di cuenta de que tengo amigxs que siguen abriendo galletas de la fortuna en Facebook. Es como si aún siguieran jugando a FarmVille. Es tan del 2010... 

Pero entonces, al leer los mensajes que las galletitas les daban, me di cuenta de que quizá estaba ignorando una fuente de sabiduría popular contemporánea que NO podía venir de la nada. Es decir: alguien ha tenido que diseñar esa aplicación. Alguien ha tenido que meter (y por tanto, buscar previamente) esas frases. Alguien ha tenido que diseñar un algoritmo para que cada vez que pulsas sobre la aplicación la galletica te dé un consejo brillante que te deje rayada el resto del día. Tiene que haber una fórmula guardada en la cabecita de alguna mente brillante que ha tenido en cuenta el número de personas que podrían usar la aplicación, el número de frases introducidas en ella, quizá una estadística de edad, sexo y nacionalidad para establecer un patrón de las etapas que atravesamos en la vida, para que las frases no se repitan o incluso lleguemos a empatizar con ellas, no descarto que se trate de un genio a la altura de Steve Jobs, Dimitri o John Ballan, y que también haya descubierto una fórmula para saber dónde vivimos y de qué color llevamos las bragas cuando usamos la aplicación. Bueno... Quien lleve bragas de ordinario, claro, que en este mundo tiene que haber de todo.

Total, que vuelvo a divagar. Al final, las galletitas y sus consejos debían ser tenidas en cuenta porque se basan en la grandiosa magia que nos rige a todos: ¡matemáticas! Y yo no soy temerosa de Dios, pero de las matemáticas, sí. Como todos los fieles, no entiendo un pavo de la cuestión y cuando me preguntan me hago el clítoris un lío y llego a callejones sin salida y para que no me rebatan me pongo garrula y apelo a la libertad religiosa, pero CREO en ellas.

Y todo este lío descomunal que me he armado para explicar, simple y llanamente, por qué estaba yo alerta para señales o estímulos que me pudieran iluminar en el arduo camino vital.

En fin. Las galletitas fueron el comienzo. Ayer intuía que algo iba a pasar, que algo transcendental tendría que aprender a lo largo del día para enfrentarme a un nuevo reto. Así que observé la forma de las nubes, leí todas las pintadas del metro, e intenté leer los posos de un café del Starbucks, pero se ve que en vaso de plástico la técnica no es aplicable. 

Como pasa con todo en la vida, cuando ya me había olvidado del tema y no estaba desesperada como un mono enganchado al anís, fue cuando realmente recibí mi señal. Fue en la calle Montera, en un estudio de Piercing. Estaba un buen mozo perforándome la oreja, cuando vi el cartel que tenía colgado justo en la pared frente a mí, como si lo hubiera dejado para que yo encontrase mi respuesta mientras me sangraba el cartílago. 

Enmarcada, y con graciosas gotitas de sangre cortesía de un diseñador gráfico con muy buen rollo, imagino, encontré mi consejo para la vida entera, mi verdad absoluta, que tanto se me había resistido:


"POR FAVOR, NO PREGUNTES SI DUELE. 
EL DOLOR ES SUBJETIVO." 


Fascinada por la sencillez pero la utilidad del mensaje (los límites nos los ponemos nosotras mismas, vaya), no me daría cuenta hasta unas horas más tarde, agarrada a un gintonic en la nocturnidad de un club, bailando por no desfallecer, que además, lo genial, lo fantástico de mi nuevo lema vital, es que es aplicable a todo...


Cuando mi gilipollismo natural me meta en otra espiral de autodestrucción depresiva, me diré: el dolor es subjetivo.

Cuando vuelva a tener otra resaca estratosférica como esta y no quiera ir a correr ni hacer pesas y por no hacer, no hacerme ni la comida, me diré: el dolor es subjetivo.

Cuando me suba a la bici y piense al segundo kilómetro en bajarme y tirarla por un terraplén, me diré: el dolor es subjetivo.

Cuando me encuentre con cualquier injusticia, en la calle o en el trabajo, que me haga daño, o cuando vuelva a correr delante de la madera en una manifestación y vea venir las hostias sobre mi cabeza, me diré: el dolor es subjetivo.

Cuando otra chica entre en mi vida como un elefante en una cacharrería, que es como entran todas, y me entre el pánico y las ganas de salir corriendo, le preguntaré si, como todas las veces anteriores, me va a doler. Y espero que ella diga algo así: no preguntes si duele, porque el dolor, como el amor, el arte y la tontería, es subjetivo.







jueves, 14 de julio de 2011

Pensar como los de Moody's: porque "menos" es "más"



El otro día en Twitter leí una sabia reflexión que decía más o menos esto: "Si llego a saber que ser adulto era este peñazo no me habría pasado la adolescencia viendo porno y masturbándome".

Es un consuelo saber que no soy la única que se siente estafada por la brutal intranscendencia de la realidad, aunque preferiría seguir tocándome la mayor parte del tiempo.

Lo cierto es que en mi vida de adolescente hubo algo más que masturbación: hubo mucha felicidad, para qué mentir, e incluso dediqué mi tiempo a escribir, a ir a manifestaciones y a formarme una opinión propia, beligerante y crítica. Oh, la inocencia... ¡Tenía tan claro quién iba a ser, y cómo! Y en el futuro imaginado no había ni tan siquiera un mínimo margen de error.

Pero sí existió un pequeño problema en todo este proceso: la mayoría de los adultos a mi alrededor me miraban con esperanza y creo que intentaron convencerme de que era una promesa de algo. Les creí durante un tiempo, como hemos hecho todxs alguna vez... ¿quién no está ansiosa por destacar?, ¿quién no se proyecta en el mejor de los futuros posibles? Si nos dicen que podemos vivir de la poesía y del teatro, nos lo creemos. Si nos dicen que con 26 ya no tendremos granos, ni nos dolerá la regla, ni tendremos que ponernos Anticelulítico Extremo marca Deliplus, nos lo creemos. Si nos dicen que seremos suficientemente guapos como para hincharnos a follar y cobrar 1.200 euros al mes, así, por nuestra cara bonita, nos lo creemos, joder. Y si los medios y nuestros amigos nos convencen de que la vida puede ser maravillosa, como vivir en un vídeo de Chris Dane Owens, nos lo creemos, porque no nos queda otra, porque sin la esperanza del éxito y el amor no tendríamos motor para levantarnos por las mañanas.

Y los que están arriba saben todo esto, saben que necesitamos razones para seguir adelante. Incluso cuando el pastel se ha destapado y vemos las orejas del FMI asomando detrás de esas marionetas de ano agradecido que llamamos políticos. Ya no importa, aunque lo sepamos, también sabemos que tenemos que sobrevivir. Como sea. 

Para muestra, un botón: 



"La publicidad nos hace desear coches y ropa, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados."


Da donde duele, ¿verdad? Y sin embargo, ¿no captan la sutil ironía? Este discurso, precisamente este discurso, en boca de un dios del cine (Brad Pitt) al lado de una estrella del rock (Jared Leto, líder de 30 Seconds to Mars). A esto en mi pueblo se le llama metérnosla doblada.



Solía sentirme avergonzada. Porque si esa niña que fui, llena de proyectos e imaginación, tuviera un Delorean con condensador de fluzo a mano y pudiera venir a visitarme aquí, al 2011, apenas podría mirarla a los ojos... Tendría que decirle esto, y no sabría cómo: "No triunfaste, pequeña, fue todo demasiado para ti. No fuiste fuerte, te viniste abajo, te picó el virus del miedo, tuviste que volver a casa de tus padres un año entero, como cuando el Atleti bajó a segunda, y perdiste lo que más querías... y para cuando despertaste y el veneno de la mediocridad salió de tu cuerpo, ya era tarde. Ah, y ahora trabajas en un McDonald's".

Bueno, he pagado el precio. Nunca deja de sorprenderme el amargo sabor de la ironía que me arrojan constantemente aquellxs que aguantaron mejor que yo. Me han llegado a decir que me admiraban por la manera en que perseguía mis sueños, para más tarde revocar toda esa admiración en forma de desprecio por no haber estudiado una carrera con salidas. Porque sería quien soy si hubiera estudiado un MBA en Georgestown, no te jode. Da igual. Ahora que he salido del coma y que le debo más de una explicación a mi yo del pasado, he decidido que estoy a tiempo. 

He decidido que no tengo talento, que nunca lo tuve. He decidido que no fui ni soy una promesa de nada. He decidido que cada segundo de mi intranscendente y precaria vida estará dedicada, a partir de ahora, a NEGAR todo lo que sé y conozco sobre mí misma y la realidad. 

Como la ausencia de respuestas me llevó a todos los abismos que existen, he decidido disfrutar de no tener salida. Este NO va a ser el verano de mi vida... y diciendo esto, me abro a la oportunidad, a la posibilidad de que SÍ lo sea. ¿Captan el mensaje? Voy a pasarme la semana diciendo que no follo, a ver qué pasa.

En este punto debería estar jodida, cabreada, llorando por las esquinas y rasgándome las vestiduras, gritando "quién me ha robado el mes de Abril o la juventud entera". Me pasé años haciendo eso, y aparte de ser malo para el cutis y la vida social, aburre, y mucho. En vez de eso, me voy a ir a mi curro de mierda en mi turno de noche que me hace salir a las 2.30 de la madrugada, y cuando vuelva, la cerveza y la literatura erótica me harán ver la vida de otra manera. Estar de vuelta de todo tiene sus ventajas. Es cierto que cuando llegas al fondo no quedan más cojones que coger impulso y subir. 

Oh, la irreverencia, sí... Quizá todo esto no sean más que estupideces. 

Quizá todo esto se reduzca, en realidad, a que aquí estamos nosotrxs, tirando hacia adelante, matándonos a trabajar, con el cuchillo entre los dientes, mientras los ricos, los futbolistas, los del Opus y los políticos se hinchan a tener churumbeles. Pronto el proletariado enculado seremos la minoría, y entonces, tendremos que pedir que el apocalipsis zombie venga de una puta vez para salvarnos de la esclavitud moderna.

Mastúrbate mientras puedas.