jueves, 28 de junio de 2012

Decíamos ayer...

Cuando Charles Fucking Bukowski se quejaba de que podía haber sido un gran pianista, mirándose las manos, y decía que en realidad las había malgastado tirando de las cadenas del váter y tocándose las pelotas, en realidad solamente estaba verbalizando lo que pensamos todxs. Que podíamos haber sido algo mejor. Que nacimos para aspirar a la grandeza y sin embargo todxs hemos sido carne de ETT y esclavos del IRPF, amos y señores del catálogo de Ikea y de las rebajas de verano, pero poco más en realidad. Ni pianistas, ni escritores, ni grandes científicxs que descubren, en un arrebato de pasión profesional con música de John Williams de fondo (lo suficientemente épica) la vacuna para el SIDA. Y eso, supongo, nos jode. Sólo cuando recordamos las ganas que tuvimos alguna vez de hacer algo más con nuestras manos que no fuese tirar de la cadena. 
 
¿Perdón? 

¿Eso que oigo al otro lado de la pantalla es una queja? ¿Un respingo? ¿Una risa gallarda y altiva a lo mamón-Pérez-Reverte?

Ah, es que vosotrxs NO... Que os gustan vuestros trabajos y vuestras casas. Y vuestra ropa. Ya. Vaya. Qué fallo. Y nunca pensáis que lo podíais haber hecho de otra manera. Vale. Lamento generalizar entonces. Bukowski hablaba por sí mismo. Y le otorgo el derecho divino a hablar por mí, al menos, supongo, por qué no.

Llevo toda la vida huyendo de la rabia de no poder retroceder. Vivir es estar condenadx al camino recto. Los muertos son los únicos con el don del infinito. No hay nada en la vida parecido a una segunda oportunidad. Las cuentas a cero no existen. Nacer significa que el único camino posible es la línea recta en los carriles metálicos del tiempo. No se doblan ni se pliegan a nuestro gusto para llevarnos a otro lugar o a otro momento donde fuimos más felices.
No existen las matemáticas que rompan el espacio, los teoremas que inventan máquinas del tiempo. Darle a una palanca y volver a 1985. Soñar con el mar cuando estás en Madrid. No existe la consecución milagrosa del deseo. Vivir es no poder volver a todo lo pasado. Y no me acostumbro. 

Tampoco podemos cambiar de piel y esto lo veo francamente injusto. Nacer mamífera es una desventaja. ¿Qué hay de los reptiles, de los lagartos cambia-pieles inmunes a los caprichos de las estaciones? Ellos cambian escamas (lo que es la posibilidad inequívoca de reinventarse y ser un lagarto pianista en vez de un lagarto tira-cadenas si así lo desean), nosotras sangramos cada mes. Excluyo aquí a los hombres conscientemente. Vosotros experimentáis con menos conciencia la caída del cuerpo y la muerte de las células. A nosotras no no los recuerdan solamente las canas o la dificultad para subir escaleras. Nos lo recuerda cada mes este reloj natural que vive alojado en nuestras entrañas, que se alimenta de nuestros altibajos hormonales y de nuestra permeabilidad al mal en el mundo cual psiquiatra maligno y nos grita eso de "¡TEMPUS FUGIT, PETARDA, TEMPUS FUGIT!".

Creo que de ahí viene la invención de la Religión, sinceramente. De todas esos procastinadores que entonamos el "MAÑANA EMPIEZO". Ahí es donde los curas vieron el filón: el cuento de la vida eterna, la posibilidad de ser el gran pianista y no el tirador de cadenas en cualquier momento de la eternidad.

En la posibilidad del mañana es donde matamos la urgencia de vivir. Y eso es una paradoja, claro, pero no me apetece demasiado explicarla ahora mismo. No en el día en el que Ana Mato deja de subvencionarme el ibuprofeno.

Venga. Qué puta pereza. Circulen. Corran a disfrutar sus felicísimas vidas o a leer a Dostoievsky, antes de que les roben el tiempo, o peor aún: antes de que les convezcan de que la leyenda y la eternidad se alcanzan por un partido de fútbol.


Ay, Charles, Charles. Qué solxs estamos.